Creo que su nombre era Jesús. Forma parte de una clase de profesores de los que olvidas datos, pero nunca sus enseñanzas. De lo que sí estoy seguro es que se apellidaba (y espero que siga haciéndolo) Benavides. Es de esos profesores-maestros que a tus quince años te cae estupendamente porque es políticamente incorrecto. Lo era incluso en un tiempo en el que eso de la corrección política era un término desconocido.
A Benavides le importaban muy poco las convenciones sociales siempre y cuando no se faltara al respeto –y fumar en un aula no era una falta de respeto en 1990, por ejemplo-. Nos invitaba a ser nosotros mismos y, si tenía que soltar un exabrupto, pues lo hacía, por muy salesiano que fuera el colegio: era el profesor de Inglés y del correcto y educado castellano, que se encargara otro.
Sí: le guardo cariño y respeto como se le guarda a esas personas que te enseñaron a vivir y a dudar de todo. Incluso de lo que ellos mismos decían. Es más, gracias a que dudé de sus palabras, he obtenido algunos aciertos en la vida y merced a que me fié de otras, me he llevado buenos batacazos.
La corbata que me hizo más sabio
De los segundos, por ahora, vamos a olvidarnos. Y vamos a recordar palabras que puse en duda y que, gracias a ello, me han hecho más sabio o, al menos, me han ayudado a crecer en experiencia. Y, para muestra un botón. O mejor, una corbata, que es de lo que voy a hablar, a pesar de que este hombre las odiaba:
Benavides solía mencionar, de vez en cuando, algunas anécdotas de cuando se iba de juerga –sospecho que no había pasado demasiado tiempo desde la última vez-. Entre esos casos, uno se refería a como en determinada discoteca de León exigían entrar con corbata de seda. Y él, claro, no sólo se negaba, sino que quería reírse un rato… y entrar al local de moda.
¿Qué hizo? Pues se sacó un calcetín, se lo acomodó al cuello de la camisa, tapando la punta con la chaqueta, y pasó por delante del portero sin más dificultad que la de contener la risa.
Y yo, que no tenía por qué dudar de la veracidad del caso –nadie que conozca a Benavides lo haría-, preferí dudar, o preguntarme el porqué, de su odio a las corbatas. El caso es que por entonces no había llevado nunca corbata, ni falta que me hacía. Incluso en la primera comunión me puse un lacito como los que lleva al cuello Mortadelo. Y la duda empezó a reconcomerme…
Mi historia con las corbatas
Veía que la corbata era un signo de distinción: cuando mi padre tenía que acudir a una reunión importante; cuando el director del colegio recibía a los padres o cuando en una película aparecía alguien importante, ahí estaba la corbata. Más o menos llamativa o discreta; de mayor o menor tamaño… pero hablando de quién era quién.
Creo que andaría por los 17 años la primera vez que salí a la calle con esta prenda. Ni siquiera era mía, pero para salir un día de Nochevieja, bastaba con una de las de mi padre. Lo cierto y verdad es que no recuerdo muy bien qué pensé o sentí al llevarla. Tal vez porque todos los hombres -chicos- la vestían; o quizá porque estaba muy pendiente de recibir al año olímpico con un maratón de champán y vodka… Eso sí: ha sido la resaca con saltos de trampolín más elegante que recuerdo.
Crecer y vestir
Pero, claro, creces. Y la corbata deja de ser un complemento más o menos gracioso en las noches de juerga -la de veces que habrá acabado sirviéndome de cinta de pelo- para convertirse en un complemento que debes vestir si quieres que en determinados momentos te presten atención.
A partir de ese momento, empiezan a cobrar importancia páginas como corbatas.es. Y es que, por muy de seda que sea, la corbata no es un complemento exclusivo de personas a las que le sobra el dinero. Es más: no soy precisamente un acaudalado… ni la persona más pobre de cuantas conozco que hayan vestido tal complemento.
Por tal motivo, tiendas virtuales como las que he mencionado en el párrafo anterior, con precios de 5, 10, 15 y 20 euros en corbatas, pajaritas (algún día reivindicaremos esta prenda) y pañuelos son tan importantes: todo el mundo debe tener derecho a no desentonar, a sentirse integrado, tanto si es en la playa, en bañador, como si se trata de una recepción de etiqueta.
De esta forma, se cae el argumento de se trata de una prenda clasista y, con ello mi teoría de por qué el profesor la odiaba. Sí: supongo que podría habérselo preguntado… Pero eran otros tiempos.
Originally posted 2014-01-22 08:34:58.