Y yo, sin internet

Me he puesto a escribir estas líneas para aprovechar el tiempo, tras media hora larga de conversaciones de besugos y una música machacona que supongo que sale en algún anuncio de mi proveedor de móvil e internet. Y me he tenido que ciscar en el árbol genealógico de los diseñadores del departamento de Atención al Cliente, dejándolo como nuevo hasta tiempos del Hombre de Atapuerca.

¿Que por qué no me cambio de compañía? Pues, mira, teniendo en cuenta que el servicio en la que acabo de abandonar –y lo he hecho por lo malo que era este- tenía una rutina similar, creo que no vale la pena la molestia. De hecho, esta aventura (que culmina justo en estos instantes y no forma precisamente satisfactoria) le suena a mucha gente, trabaje con el proveedor de servicios que trabaje.

¿A quién no le suena?

La aventura empezaba a las nueve de la mañana, momento en el que encendía el ordenador para enviar unos cuantos documentos que varios clientes están esperando -y les toca esperar aún varias horas- ¿Cómo? (…) ¿No se conecta?

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Lo rutinario: reinicios de modem y de ordenador, comprobaciones básicas, dado que me dedico a escribir y mal, no a la informática. Oración silenciosa a los Tuatha Dé Danann (sí, soy muy friki: ya no me vale con rezarle a Zeus u Odín, como el frikazo medio). Pero los dioses celtas debían estar en Balaídos, animando al Celta, porque al final me tocó marcar el teléfono del servicio técnico.

El triunfo de las máquinas

“Por favor marque o diga el número fijo para el que desea realizar la consulta”… ¿Y cómo le digo a una máquina que no recuerdo el teléfono fijo, que no lo uso y que haga el favor de pasarme con un operador, que es pa’ hoy? Tras dejar pasar dos locuciones en los que la robotizada mujer me explicaba, como a un idiota, que tenía que marcar o decir mi nueve dos seis, por fin me da la opción de introducir mi deneí.

A fin. Marco los ocho dígitos y me dice la robot, a la que ya entonces odiaba más de lo que he odiado nunca a cualquier humano, que si es correcto que pulse y, si no, que le dé al dos. Vale. Uno: me sé mi carnet de identidad. “Disculpe, no hemos detectado ninguna tecla” ¿¡Qué!? ¡Pero si la estoy viendo marcada! ¡Uno! ¡Uno! Marco con desesperación ¡¡UNOOOO!! Y la fulana, sin inmutarse, que me suelta no sé qué de una incidencia y que me corte las venas o me las deje largas que a ella le importa un pito. Total, ella es un robot.

Y me cuelga, la tía asquerosa.

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Mahoma, la montaña y una voz enervante

Pues a terco no me van a ganar. Si no llegamos por la vía recta, demos un rodeo. Llamo a la línea de Atención al Cliente, pero de móviles… ¡No! Es ella, con su voz tranquila, a la que le importan tanto como cero mis súplicas y mis gritos. “La consulta que desea realizar, ¿es para esta línea?” ¡Pues claro no, tía imbécil! “Disculpe, no le he entendido”. No (hay que saber cuándo ciscarse en los progenitores de una máquina y cuando ser amable).

“Diga o marque el número sobre el que desea realizar la consulta” 3,14159265359… “Disculpe, no le he entendido”. Tiene valor la máquina, no reconocer el número Pi. En fin, cuelgo y vuelvo a marcar. Digo que sí, que quiero hacer la gestión sobre este móvil. Ya desharé el entuerto con el operador.

Manuela

Tras otro par de minutos de diálogo de besugos con la robot, a la que ya sólo me falta pedirle matrimonio, me contesta Manuela. Casi llorando de emoción ante una voz humana -de musical acento hondureño-, le cuento que no tengo internet y que el ordenador me dice no sé qué del DNS…

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… Y va la Manuela, que no ve venir el peligro, y me suelta una parrafada de que si conozco la red 4g. Como ya no me quedaba capacidad para enfadarme y la llamada era gratis, la he dejado acabar y le pedido que me pasara con el departamento técnico. Tras tenerme cinco minutos (vale, tres) a la espera, supongo que preguntando a dónde debía transferir la llamada, escuchando una música, simplemente, desagradable, me dice, muy melosa, que me pasa, que muchas gracias, que buen día… Y poco le ha faltado para decirme que se ha enamorado de mí… ¡Cuánta amabilidad!

María

“Buenoh díah: l’atiende María del col senter de Zeviya”. Tócate los huevos, Albertito. “Enseguida le pazamoh con el departamento ténico, eh que nuehtra compañera no tenía acseso directo”. Gracias, muhé. Arsa pilili.

Nelson

“Buenos días, Alberto, te atiende Nelson, del departamento técnico”. Esta vez me suena como colombiano. Bogotano, si tengo que concretar. Le explico de nuevo lo del DNS. De nuevo un ratito de música que no creo yo que me vaya a descargar de Aitiúns. “¿Alberto?” Ya sabes que sí. “Me comunican que estamos sufriendo un falla masiva y que hay varios miles de usuarios en tu zona con el mismo problema…” En fin, mal de muchos… “¿Perdón?” Nada, nada, que qué le vamos a hacer. Buenos días. “Buenos días, muchas gracias…”

Y como burla final, vuelva la maquina a preguntar por la calidad del servicio de atención al cliente. Y a ver cómo le dices, del uno al diez, que la parte humana ha estado de diez pero que la vocecita se merece no sólo un cero una maldición gitana del tipo así te dé un dolor de disco duro que no puedas dejas de procesar; cuanto más proceses, más te duela… Y si paras, que se te queme la unidad de arranque.

Y yo, sin Internet.

Originally posted 2014-04-08 19:00:40.